Esta época se va
alimentando de mis plegarias escondidas en la balanza entre el bien y el mal, como
huyen los cánticos y las tinieblas de esta ausente paz y esta constante guerra,
querría que descubrieran alguna profecía en todos esos barcos que navegan a la
deriva, queriendo conquistar mundos, descifrando culturas, querría poder cantar
como cantan en las iglesias y abrazar mi perdición, perdonándome de nuevo,
perdonando al siglo de oro.
La ascética y la mística
quieren de mi que me absuelva de mis pecados de trovador y enjuiciado, de
picaresca en los tejados, de servidumbre en las pensiones llenas de vida
mundana y hostil, me colaría en el peinado rococó y en las vestiduras y enaguas
de las damas que van quedando retratadas en algún cuadro, cincel, espasmo,
grito o elocuencia. Me desmayo con tanta belleza.
Comenzamos a deshacernos de
dios para entrar de lleno en el hombre, en su infinidad que todo lo alberga,
llenándose la boca de antropocentrismo, erotismo sin el Eros, practicantes
inocentes de la perfección. Buscaron respuestas y encontraron al Barroco a la salida del cementerio de artistas desilusionados,
llenos de despropósitos en las manos, arrugados de vehemencia. Quiero volver al
siglo de oro, llenarme de su cultura y de su enajenación, totalmente
avariciosa, vivir en una constante juglaresca, maldecir a las constantes
victorias y a las hermosas querellas del destino.
El tempus fugit que no
vuelve para nadie, que no se detiene, que adormece y mata, el tempus fugit que
se cuela en nuestros escritos y en nuestras sociedades. Nos deja secuelas, nos
empuja al abismo, nos humilla y nos destierra. Nadie esta a salvo de él, Siglos
de oro cayeron, caeremos nosotros también.
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